En mis inicios en la empresa muchas veces pensé que la innovación, la creatividad y la adaptabilidad eran características propias de organizaciones muy punteras o tecnológicas. Tras varias experiencias, cambié radicalmente de opinión: hoy estoy convencida que estas habilidades son básicas para la supervivencia de cualquier empresa o negocio.
Las distintas vivencias que me hicieron cambiar de opinión tienen algo en común: se dieron en contextos en los que, después de años de relativa estabilidad, de repente se produjeron cambios importantes en el entorno.
Para que esta transformación no afectara al resultado de la compañía, hacía falta una adaptación rápida. Y, de ahí, ¡el título de este post!
Al analizar los casos que viví, se encuentra un patrón claro:
Hoy, tomando distancia, veo que una vez se entra en la urgencia de entregar resultados inmediatos todo se convierte en un espiral infernal que lleva a la sinrazón. Aparecen la presión, el control y el micromanagement, pero también la desconfianza, la cultura de la ejecución y el liderazgo basado en el miedo.
En este momento, muchas veces se produce una ruptura con los valores corporativos de la empresa: orientación al cliente, innovación, excelencia operacional o adaptabilidad. Todos ellos se siguen difundiendo a través de sofisticados programas top-down de cambio y engagement, pero no se reconocen en la realidad de la organización.
El equipo respira poca coherencia, muchas contradicciones y se genera malestar. Esto produce estrés, «burn-outs» y aparecen actitudes victimistas, muy limitantes. ¿Qué ocurre, finalmente? El bajo compromiso, poca proactividad y escasa efectividad para reaccionar a los cambios afecta negativamente a la cuenta de resultados de la empresa, pero más aún a la cuenta de resultados emocional de las personas que lo viven.
En resumen: se genera el ambiente opuesto al que se necesita para conseguir compromiso, proactividad y la iniciativa para recuperar la cuota de mercado y los márgenes perdidos. Así, es imposible mejorar los resultados.
Las conclusiones que extraigo, en perspectiva, de este mismo proceso son:
Hoy, si hay algo que ya nadie se cuestiona, es que la única constante es el cambio.
La preparación para el cambio es una gimnasia de la que ninguna organización puede prescindir. Hay empresas que han nacido con este ADN, pero otras tienen más trabajo: tener integrada la agilidad y la adaptabilidad requiere una cultura y un liderazgo enfocado a personas.
Este último elemento es clave para que todo el equipo se encuentre motivado para poner lo mejor de cada uno en pro del objetivo común. Dan Pink explica que:
«Existen tres factores de motivación para las personas: competencia, autonomía, propósito». Es decir, sentir que tenemos el conocimiento y las habilidades (competencia), pero también que podemos decidir en nuestra área de responsabilidad (autonomía) y, sobre todo, que sabemos por qué hacemos lo que hacemos (propósito), más allá del mero resultado.
Algunos elementos comunes que encontramos en las empresas ágiles y que se adaptan al cambio son:
Estas son las bases de una cultura que promueve la agilidad y la adaptabilidad, que dará lugar a la innovación, el aprendizaje continuo y el compromiso de todas las personas. Si como líderes consideramos que esto es lo que nos hace falta en nuestros negocios, ¡hay que ponerse manos a la obra!
Silvia Fradera
Fundadora de Ready for People